lunes, 8 de marzo de 2010

El ejemplo de Don Antonio

Hace unas semanas la revista Mundo Cristiano me pidió que escribiera un artículo sobre Antonio Fontán, mi editor y maestro durante los más de cuatro años que he dirigido Nueva Revista de Política, Cultura y Arte. Desde luego no era fácil hacerlo porque tras su fallecimiento no hubo ningún medio que no destacara la importancia de su figura. Traté de centrarme en lo que había sido para mí: un ejemplo.

El día que conocí a Antonio Fontán fue un día lluvioso de noviembre de hace ya más de cuatro años. Un amigo me llamó para decirme que don Antonio buscaba un director para Nueva Revista y me decidí a llamarle. Me recibió en un piso de la calle Fleming que más que un despacho parecía una tienda de libros usados –estuve hace poco y no había cambiado nada, los libros existen para leerlos y trabajarlos-. Sentados en un par de sillones orejeros pasamos dos tardes enteras hablando de la revista, de sus principios, de su interminable abanico de colaboradores y de sus entonces ya más de cien números que veía aparecer en las manos de don Antonio como si de un prestidigitador se tratara, sin saber muy bien de qué montón de libros, detrás de qué fotografía o de qué estantería los hacía aparecer.

Así fue cómo conocí personalmente a don Antonio y cómo, de un modo que todavía no me explico, decidió incorporarme a su ya maduro proyecto que era Nueva Revista –la publicación tenía dieciséis años-. Contaba yo en mis alforjas con mis estudios en periodismo y publicidad, algunos años dedicados a la comunicación y la creación de un pequeño foro de opinión (el COP) y, eso sí, una ilusión tremenda por trabajar cerca de una persona que destilaba sabiduría en cada palabra que pronunciaba.

El pasado 14 de enero, tras una prolija vida, don Antonio Fontán fallecía en Madrid, y dentro de la desgracia que supone perder a uno de los grandes hombres del panorama político, académico y periodístico español de los últimos años, fue muy emocionante comprobar el cariño y la admiración que su figura despertaba –y lo hará seguro durante mucho tiempo- en los centenares de amigos, discípulos y personalidades que pasaron a rendirle su último homenaje por la capilla ardiente y acompañaron a la familia al cementerio de la Almudena. Un reconocimiento que se vio refrendado en todos los periódicos, sin excepción, al día siguiente. “El mundo sin Fontán”, “Una vida apasionada”, “Evocación del Marqués de Guadalcanal”, “Antonio Fontán o la lealtad”, y otros tantos artículos que lo calificaban como periodista, profesor y político ejemplar, un gran universitario, un hombre puente, cristiano y liberal, héroe de la libertad, etc...

Aquella unanimidad mediática fue seguramente el mejor homenaje que se podía haber hecho a una persona que se había caracterizado siempre por trabajar en la búsqueda del consenso, por apelar a la responsabilidad de aquellos de los que dependía el desarrollo del marco de convivencia en el que todos y cada uno de los españoles debemos encontrar nuestro sitio

¿En dónde residía esa fuerza moral de Don Antonio para hacerse respetar y ser escuchado y querido? Los más de cuatro años que he podido estar a su lado como director de Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, me han ayudado a entenderlo un poco día a día. Detrás de esa figura pública forjada en los ámbitos académico, político y periodístico, había un hombre hecho y derecho, sin doblez ni engaño, un hombre cercano que trataba a todos por igual, de la mejor manera, sentado de tú a tú en la silla de confidente. Un hombre cuya palabra todavía tenía valor a pesar de moverse en el mundo –ambiguo tantas veces- de la política. Un hombre que creyó en la trascendencia y fue coherente con sus creencias con tal fuerza que a nadie le pasó desapercibido, pero con tal delicadeza que lejos de suponer una barrera su fe se convirtió en una sonrisa acogedora de tantos y tantos que han pasado por sus abrazos, por sus palabras y por sus letras.

Con Don Antonio se extingue un hombre egregio e irrepetible y por eso su ausencia se nota más. Se podría decir que todos los que hemos tenido la suerte de estar a su lado en algún momento de nuestras vidas hemos contraído una deuda importante con él, pero nos equivocaríamos al escoger esa palabra, porque lo que de verdad ha logrado con su ejemplo y sus enseñanzas es trasladarnos su compromiso para que lo hagamos nuestro. Un compromiso con la libertad, un compromiso con nuestro país y nuestra sociedad, un compromiso con la cultura y nuestras raíces cristianas. No estamos viviendo un buen momento, desde luego, y por eso cada día es más importante tener el valor de dar un paso adelante allá donde estemos, cada uno en su lugar de trabajo, en su entorno familiar y, si es posible, por supuesto, en el ámbito público como nos enseñó con su vida y obra el maestro Fontán.

2 comentarios:

  1. Emocionante. Qué suerte la tuya de haber trabajado con un santo!!! Enhorabuena por el post. Abrazos. Miguel Izco.

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  2. La verdad es que la he tenido, tú lo sabes. Gracias, Miguel.

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