martes, 23 de marzo de 2010

Cultura y ciencia del estómago

El cocinero catalán Ferran Adrià y otros seis prestigiosos cocineros españoles impartirán a partir del próximo mes de septiembre un inédito Curso de Cocina y Ciencia en la Universidad de Harvard (EEUU). Según el profesor de Harvard, David Weitz, su propósito es que los estudiantes "se sirvan de la gastronomía para hacer ciencia".

Se puede interpretar este hecho como una goleada de lo material frente a lo espiritual. Está claro que la gastronomía es cultura pero de ahí a convertir en ciencia la habilidad de deconstruir huevos... En España van a abundar los catedráticos. Debe ser una consecuencia más de la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES).

martes, 16 de marzo de 2010

Argumentos que no convencen

Si hay un argumento que en la política actual se utiliza a menudo es el de que "los demás también lo hacen". Resulta que para justificar leyes como la de "salud sexual y reproductiva", o medidas como la de subir el IVA, hay que ser como Vicente, que va donde va la gente. Se esgrime para revestir de legitimidad lo que no la tiene per se. Tiene gracia cuando precisamente el argumento contrario también se usa con el mismo fin: "Somos los primeros o los únicos en implantar este modelo" o "esta medida es pionera".

"Que los demás lo hacen" o "ser el primero en hacer algo" no son argumentos convincentes, salvo que lo que se haga esté bien hecho.

jueves, 11 de marzo de 2010

¿Educar o rentabilizar?

El señor Ministro de Educación ha afirmado esta mañana en la radio, sobre la conveniencia de aplicar el Plan Bolonia, que "la educación debe ser rentable socialmente". Pero no aclara en qué consiste esa rentabilidad de la que habla.

Mucho se ha criticado la libertad del mercado e incluso el mercado mismo, pero se pierde vista que el mercado de trabajo es parte de todo eso que se ha puesto en tela de juicio. Ahora bien, a pesar de ello, se orienta todo el sistema educativo universitario hacia el mercado laboral.

Me viene a la cabeza un artículo publicado en Nueva Revista en la que el filósofo, Jesús Garay, ya en el año 1996, advertía de este peligro: "Precisamente por su unilateralidad, una sociedad mercantilizada es una sociedad olvidadiza respecto al valor del hombre. Olvidadiza significa que puede olvidar con facilidad lo valioso del hombre. No porque rechace esos bienes, sino porque no es su misión protegerlos. Y por eso, la educación acerca del valor del hombre y de los bienes del hombre constituye hoy más que nunca una necesidad urgente"

Y esto lo dice para explicar que precisamente "la educación consiste en proteger, defender, en difundir unos valores. En fomentar unos bienes que se consideran realmente valiosos. El mercado no lo hace, ni lo puede hacer, pero la educación sí. La educación es una tarea típicamente ética, en el sentido de que supone la transmisión de unos bienes". "Si el mercado se ocupa d ela producción de bienes, la educación se centra en la custodia de bienes. La educación es una tarea típicamente conservadora. La bondad del mercado reside en la creación de riqueza, mientras que la bondad de la educación estriba en salvar unos bienes ya poseídos".

La educación, señor Ministro, será rentable cuando los encargados de educar, desde el primero hasta el último en el escalafón educativo, piensen precisamente en educar y no en rentabilizar.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Exclusiva: Nuevo Ministerio

La sociedad española ha decidido organizar unas elecciones para elegir quién será el interlocutor de la ciudadanía con los políticos. La persona elegida ocupará un nuevo ministerio llamado "Ministerio de la Ciudadanía" que será totalmente independiente del Gabinete actual y que tendrá capacidad de veto de leyes que no sean justas. No se dejará comprar y pondrá notas a los ministros a los que nominará si anualmente no superan un nivel óptimo en una serie de criterios objetivos, e incluso decidirá sobre la posibilidad de suprimir aquellos ministerios que no hayan demostrado su utilidad fehacientemente.

El Ministro de la Ciudadanía tendrá una dotación mínima, se renovará cada cuatro años y su responsable además de no contar con coche oficial no podrá repetir en el cargo. Una vez abandonado el puesto volverá a su trabajo anterior.

Las razones que han llevado a la sociedad a tomar esta determinación se han visto reflejadas en comentarios realizados por algunos de los impulsores de esta iniciativa: "si quieren que seamos igual de ciudadanos que ellos también queremos tener nuestro Ministerio".

Algunos partidos políticos han calificado esta iniciativa como una locura y han mostrado su indignación por lo que creen supone una intromisión en sus funciones y han interpuesto varios recursos ante el Tribunal Constitucional*.

*En valde, porque el veto del nuevo Ministro de la Ciudadanía alcanza a las decisiones tomadas por este Alto Tribunal.

lunes, 8 de marzo de 2010

El ejemplo de Don Antonio

Hace unas semanas la revista Mundo Cristiano me pidió que escribiera un artículo sobre Antonio Fontán, mi editor y maestro durante los más de cuatro años que he dirigido Nueva Revista de Política, Cultura y Arte. Desde luego no era fácil hacerlo porque tras su fallecimiento no hubo ningún medio que no destacara la importancia de su figura. Traté de centrarme en lo que había sido para mí: un ejemplo.

El día que conocí a Antonio Fontán fue un día lluvioso de noviembre de hace ya más de cuatro años. Un amigo me llamó para decirme que don Antonio buscaba un director para Nueva Revista y me decidí a llamarle. Me recibió en un piso de la calle Fleming que más que un despacho parecía una tienda de libros usados –estuve hace poco y no había cambiado nada, los libros existen para leerlos y trabajarlos-. Sentados en un par de sillones orejeros pasamos dos tardes enteras hablando de la revista, de sus principios, de su interminable abanico de colaboradores y de sus entonces ya más de cien números que veía aparecer en las manos de don Antonio como si de un prestidigitador se tratara, sin saber muy bien de qué montón de libros, detrás de qué fotografía o de qué estantería los hacía aparecer.

Así fue cómo conocí personalmente a don Antonio y cómo, de un modo que todavía no me explico, decidió incorporarme a su ya maduro proyecto que era Nueva Revista –la publicación tenía dieciséis años-. Contaba yo en mis alforjas con mis estudios en periodismo y publicidad, algunos años dedicados a la comunicación y la creación de un pequeño foro de opinión (el COP) y, eso sí, una ilusión tremenda por trabajar cerca de una persona que destilaba sabiduría en cada palabra que pronunciaba.

El pasado 14 de enero, tras una prolija vida, don Antonio Fontán fallecía en Madrid, y dentro de la desgracia que supone perder a uno de los grandes hombres del panorama político, académico y periodístico español de los últimos años, fue muy emocionante comprobar el cariño y la admiración que su figura despertaba –y lo hará seguro durante mucho tiempo- en los centenares de amigos, discípulos y personalidades que pasaron a rendirle su último homenaje por la capilla ardiente y acompañaron a la familia al cementerio de la Almudena. Un reconocimiento que se vio refrendado en todos los periódicos, sin excepción, al día siguiente. “El mundo sin Fontán”, “Una vida apasionada”, “Evocación del Marqués de Guadalcanal”, “Antonio Fontán o la lealtad”, y otros tantos artículos que lo calificaban como periodista, profesor y político ejemplar, un gran universitario, un hombre puente, cristiano y liberal, héroe de la libertad, etc...

Aquella unanimidad mediática fue seguramente el mejor homenaje que se podía haber hecho a una persona que se había caracterizado siempre por trabajar en la búsqueda del consenso, por apelar a la responsabilidad de aquellos de los que dependía el desarrollo del marco de convivencia en el que todos y cada uno de los españoles debemos encontrar nuestro sitio

¿En dónde residía esa fuerza moral de Don Antonio para hacerse respetar y ser escuchado y querido? Los más de cuatro años que he podido estar a su lado como director de Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, me han ayudado a entenderlo un poco día a día. Detrás de esa figura pública forjada en los ámbitos académico, político y periodístico, había un hombre hecho y derecho, sin doblez ni engaño, un hombre cercano que trataba a todos por igual, de la mejor manera, sentado de tú a tú en la silla de confidente. Un hombre cuya palabra todavía tenía valor a pesar de moverse en el mundo –ambiguo tantas veces- de la política. Un hombre que creyó en la trascendencia y fue coherente con sus creencias con tal fuerza que a nadie le pasó desapercibido, pero con tal delicadeza que lejos de suponer una barrera su fe se convirtió en una sonrisa acogedora de tantos y tantos que han pasado por sus abrazos, por sus palabras y por sus letras.

Con Don Antonio se extingue un hombre egregio e irrepetible y por eso su ausencia se nota más. Se podría decir que todos los que hemos tenido la suerte de estar a su lado en algún momento de nuestras vidas hemos contraído una deuda importante con él, pero nos equivocaríamos al escoger esa palabra, porque lo que de verdad ha logrado con su ejemplo y sus enseñanzas es trasladarnos su compromiso para que lo hagamos nuestro. Un compromiso con la libertad, un compromiso con nuestro país y nuestra sociedad, un compromiso con la cultura y nuestras raíces cristianas. No estamos viviendo un buen momento, desde luego, y por eso cada día es más importante tener el valor de dar un paso adelante allá donde estemos, cada uno en su lugar de trabajo, en su entorno familiar y, si es posible, por supuesto, en el ámbito público como nos enseñó con su vida y obra el maestro Fontán.

viernes, 5 de marzo de 2010

Sota, caballo y rey

Llevo un par de días sin leer el periódico y, cuando vuelvo a escuchar el intercambio de acusaciones entre los distintos partidos políticos -todos, sin excepción-, tengo la sensación de haber estado viviendo en un mundo diferente. Tiene gracia que justo ayer fuera al cine a ver Avatar. Por cierto, muy buenos los efectos especiales y todo eso pero en lo que a la historia se refiere... sota, caballo y rey. Me da la sensación de que en la política pasa lo mismo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Ha de tener fortaleza

La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza. Su cuerpo ha de ser sano y fuerte. El tráfago de los negocios públicos requiere ir de un lado para otro, recibir gentes, conversar con unos y con otros, leer cartas, contestarlas, hablar en público, pensar en los negocios del Gobierno. Y sobre todo esto, se requiere una naturaleza muy firme, muy segura, para no dejarse aplanar en aquellos momentos críticos, de amargura, en que nuestros planes y esperanzas se frustran.

Sea el político mañanero; acuéstese temprano. Tenga algo en su persona del labriego; este contraste entre la simplicidad, la tosquedad de sus costumbres y la sutilidad del pensamiento, servirá para realzarle. Ha de comer poco también; sea frugal; tenga presente que no es el mucho comer lo que aprovecha, sino el bien digerir. En sus comidas tome espacio y sosiego; coma lentamente, como si no tuviera prisa por nada.

Para estar sano y conservar la fortaleza ha de amar el campo; siempre que pueda húrtese a los cuidados de la Corte o del Gobierno, y vaya a airearse a la campiña. Ame las montañas; suba a ellas; contemple desde arriba los vastos panoramas del campo. Mézclese en la vida menuda de los labriegos y aprenda en ella las necesidades, dolores y ansias de la nación toda.

El Político, de Azorín

lunes, 1 de marzo de 2010

Una ciencia política nueva

Donar la democracia, animar, si se puede, sus creencias, purificar sus costumbres, reglamentar sus movimientos, suplir poco a poco su inexperiencia con la ciencia de los negocios públicos, y sus ciegos instintos con el conocimiento de sus verdaderos intereses; adaptar su gobierno a la época y al lugar y modificarlo de acuerdo con las circunstancias y los hombres: tal es el primer deber que se impone hoy día a aquellos que dirigen la sociedad.

Un mundo nuevo requiere una ciencia política nueva.

Pero casi no pensamos en ello: situados como en medio de una rápida corriente, fijamos obstinadamente la mirada en los restos que aún quedan en la orilla, mientras las aguas nos arrastran y nos empujan hacia el abismo.

Alexis de Tocqueville. La democracia en América.